La felicidad entre cazuelas

Mercè Navarro (1934-2023)
Cocinera y propietaria del Roig Robí


Hay tres tipos de restaurantes: los que están de moda, los que no aspiran a estarlo y los que lo están sin haber aspirado a ello. El Roig Robí es de estos últimos. Se trata de un restaurante que los barceloneses han protegido como un bien preciado desde un día de 1982, cuando Felipe González acababa de ganar las elecciones. Resulta distinto por su  ubicación en un pasaje peatonal como la calle Sèneca, su patio interior convertido en un jardín romántico y una cocina catalana excepcional, donde la materia prima es tratada con esmero. En su salón han comido, entre otros clientes ilustres, Antoni Tàpies (que les hizo el dibujo para la carta del restaurante), Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jeremy Irons, Richard Gere, Bebo Valdés, Paolo Conte, Ridley Scott o Robert De Niro.

Fue Mercè Navarro, una madre de seis hijos, quien lo puso en marcha cuando estos empezaban a tener vida propia. Pronto le echaron una mano dos de ellos, Imma y Joan Crosas, siendo este último quien dirige actualmente los fogones, reconocibles como el primer día.
Mercè tenia la vivienda en el piso superior del restaurante. Desde que abrió sus puertas fue el alma y el cuerpo de un establecimiento donde las verduras se cocinaban sin prisa, se evitaban las grasas y los puntos de cocción de las carnes y los pescados se medían con precisión de relojero. Fue una chef autodidacta, aunque reconocía que aprendió de su padre, que se manejaba con sabiduría en la
cocina. Sus canelones o su fricandó formaron parte de la memoria gustativa de la cocinera. Pero también le fueron muy útiles los cursos de Montse Seguí, según había manifestado en más de una ocasión.

En estos cuarenta y un años del Roig Robí –el nombre fue elegido, después de descartar otros y hace referencia a un color de las catas de vino–, Mercè ha estado siempre presente.
Primero entre cazuelas, luego dirigiendo los fogones, finalmente controlando discretamente que todo funcionara. Estos
últimos años, al mediodía, se sentaba a comer en una mesa junto a la cocina, siempre impecablemente arreglada, y saludaba a la clientela.
No lo tuvo fácil. Nació en Olesa de Montserrat hace 88 años y a los 15 vino a Barcelona con su familia. Era la mayor de cuatro  hermanos y, como tenía que ayudar en casa, fue la única que no estudió una carrera. Se casó joven, tuvo familia numerosa y tras su separación sacó fuerzas para buscarse la vida. Montó una guardería, pero finalmente se decidió por la gastronomía. Era lo que mejor se le daba.

Y construyó un universo culinario que ha hecho feliz a mucha gente. Sus hijos quisieron que en el recordatorio figurara una frase con la que Ima Sanchís tituló La Contra en el 2007: “He sido feliz haciendo felices a los que amo”.
Estos últimos años se enorgullecía de la magnífica relación tanto con sus amigos como con sus hijos, convencida de que hay que cuidar las relaciones, exigiendo lo justo y dando cariño.
A Cristina Jolonch le confesó en una entrevista con este diario: “Me alegra haber llegado hasta aquí tal como estoy. Y creo que sentirme contenta me hace encontrarme mejor. Nunca hubiera imaginado que tendría una vejez tan equilibrada como la que estoy viviendo”.

Este miércoles nos dejó sin hacer ruido, para no molestar. Con una sonrisa en el rostro, por haber encontrado la fórmula de la felicidad, aunque nadie le regaló nada: “Con los años aprendes a que las cosas no te afecten en exceso; ni lo bueno dura siempre, ni lo malo tampoco”.
La echaremos de menos, pero su recuerdo nos acompañará siempre. Especialmente cuando mordamos esos impecables buñuelos de bacalao –livianos y sutiles– que invitan a comerlos despacio, cerrando los ojos.
 

La Vanguardia
Comer
26 febrero 2022
Cristina Jolonch
Foto Cesar Rangel