La oferta culinaria en torno a la calle Sèneca sube el listón y genera sinergias
El frío de mil demonios con que amanecía la ciudad el jueves no disuadió a los restauradores convocados para este reportaje en el tramo peatonal de la calle Sèneca. La idea era posar juntos en la foto que haría Mané Espinosa, y acudían animados a dar visibilidad al auge que vive la zona en la que tiene sus negocios, donde la oferta gastronómica crece y sube el listón, según ellos, con más voluntad de establecer sinergias que rivalidades. Mientras iban llegando, la mayoría en bicicleta, los dueños de la tienda de antigüedades Antrazita (locales de objetos antiguos y estudios de diseño o artesanos aportan ese toque cosmopolita que mantiene este reducto entre Gràcia y Sant Gervasi) ofrecían, amables, el atrezo que fuera necesario. “¿Una mesita? ¿Un banco? ¿Os prestamos sillas?”.
Se respiraba calidez a pesar de que algunos se frotaran las manos gélidas y que un par de ellos se resignara a sacarse “solo un momento” la parka para inmortalizar su vestimenta de trabajo: el mandil. Hubo quien aprovecharía el encuentro para conseguir mesa en el local de la competencia. “En la web veo que siempre estáis llenos y no hay manera”, bromeaba la dueña de Rafaelli con el de Berbena. El mismo guiño hacía el más veterano restaurador de Sèneca, Joan Crosas, del Roig Robí, 41 años en una calle que no siempre fue tan tranquila, a Rafa Panatieri y Jorge Sastre, socios del nuevo Brabo, a quienes prometía una pronta visita: “Todo el mundo habla bien de vosotros y aún no hemos podido ir”.
Recuerda Crosas, hijo de la fundadora del que fue uno de los restaurantes más emblemáticos de la Barcelona olímpica, los atascos constantes cuando pasaban los coches que subían por Jardinets y giraban en Sèneca para acceder a Via Augusta. “Cuando la hicieron peatonal, la cosa cambió por completo”, explicaba. Más tarde nos mostraría en el suelo la placa dedicada a Ana Frank o los símbolos sutiles de media estrella de David o de la rueda que representa al pueblo gitano, estampados en el pavimento. Es un canto vecinal a la diversidad y a la libertad como reacción a la desdicha de haber tenido que compartir la calle con la librería Europa, de apología nazi, precintada por orden judicial en el 2016. “Se llegó a proponer cambiar el nombre de la calle por el de Ana Frank, pero no hubo consenso”. También hubo un tiempo, recordaba, en que el Teatre Regina, ahora con programación infantil, era foco de atención y atraía a muchísima gente. “El Tricicle se estrenó en su escenario”.
Las complicidades entre los restauradores de Sèneca se extienden a esos aledaños que engloban desde la calle Minerva hasta el tramo más cercano de riera de Sant Miquel, donde el año pasado los dueños de La Balmesina abrieron su segunda pizzería, Gina Balmesina, o donde hace muy poco irrumpió con éxito la barra del nuevo Tangana, que regentan Josep Maria Masó y quien fue su discípulo, Àlex López; o de la calle Antúnez, donde están los cafés de SlowMov o la pasta fresca de Rafaelli Ristorante. Y esas complicidades pasan también por comprar a quienes elaboran productos artesanos de calidad que en los restaurantes próximos consumen. Es el caso de los helados de Paral·lelo, que casi todos ofrecen, o los cafés del citado Slow- Mov. Matteo Reggio y sus socios, Francesco Guerucci y Marco Giancaterino, quien no pudo sumarse al encuentro del jueves, consideran un desafío haber abierto en el 2016 en un lugar tan tranquilo como Sèneca. “Todo tiene sus ventajas e inconvenientes, porque el sitio nos encanta, pero una heladería requiere una calle mucho más transitada”, explica Reggio, quien desvela que tienen previsto abrir pronto su segunda tienda en paseo Sant Joan con Ausiàs March. “Las cosas van bien y, a pesar de la ubicación, la clientela que nos conoce valora lo que hacemos y viene expresa- mente. La prueba es que en verano atendemos a unas 1.500 personas al día y en el equipo somos ocho, para poder dar un servicio ágil”.
También Carmen Callizo, de SlowMov, suministra café a todos los vecinos y señala la sintonía entre los negocios del barrio. “Es curioso porque con Carles Pérez de Rozas, del Berbena, nos hemos dados cuenta de que de pequeños fuimos a la misma guardería. Años más tarde los dos estuvimos fuera del país formándonos y trabajando, pero a la hora de emprender hemos vuelto al mismo lugar y somos de nuevo vecinos. Creo que hay cierto movimiento generacional en lo que estamos viviendo”, explica esta experta en cafés de especialidad que regenta el negocio junto a su pareja, François Fecamp. Con el foco en la selección en origen y el tostado adecuado, los cafés que venden reciben el elogio de todos los que aparecen en este reportaje. Para Callizo, esa relación entre casas que no se observan entre sí como competencia ha generado “una complicidad que nace de un contexto y un momento”.
Y ese contexto no puede pasar por alto la pandemia y sus efectos en la restauración, así como la guerra en Ucrania, la carestía energética, la subida desorbitada de la cesta de la compra y otros fenómenos que acaban repercutiendo en sus negocios. “La gente tiene ganas de salir, pero no entiende que tengamos que subirles la factura del restaurante cuando no hay otra manera”, señala Carles Pérez de Rozas, quien lamenta “esa sensación de que hay un derecho universal a salir a comer barato, sin pensar lo que a nosotros nos cuesta ofrecer la calidad que ofrecemos”. Habla este cocinero de un problema que va más allá, porque “todo está relacionado y es normal que protesten cuando tampoco les suben el sueldo a esos comensales a los que tenemos que cobrar un poco más para poder mantener el nivel”. Al final, coincide con Greta Rafaelli, del Rafaelli, o Tamsin Wright y Paula Ospina, de Les Filles Café (puerta con puerta con Berbena), todos han de buscar soluciones y hacer filigranas para ser sostenibles. “También en lo que respecta a las condiciones de trabajo y calidad de vida de nuestros empleados”, dice Pérez de Rozas. Y eso requiere adaptar el negocio a los horarios o días de apertura que puedan permitirse. “Pensaba que tanto trabajo tendría mejores resultados eco- nómicos”, señala Ospina, quien, a pesar de que el negocio funciona con éxito, no oculta que el aumento de precios les impide ganar lo que correspondería al esfuerzo y la afluencia de clientes. “La luz ha subido el último año un 110%, por poner solo un ejemplo”, señala Pérez de Rozas, quien asegura que “hay de encontrar la manera de ser eficientes, si no queremos desaparecer”.
Las complicidades van del debate en busca de soluciones a la situación actual a la cooperación en cuestiones del día a día. Tamsin Wright cuenta que es habitual recibir las cajas de un proveedor cuando el vecino no está o acercarse a pedirle leche si se han que- dado sin. “No nos sentimos competencia, sino que tenemos la certeza de que entre todos sumamos”, concluye. Josep Maria Masó, nuevo en la zona, ya ha usado un robot de cocina de uno de los restaurantes más próximos.
Los buenos vecinos también están para esas cosas. Y más en tiempos difíciles.
A cuatro pasos
-Berbena Minerva, 6
-Brabo Sèneca, 28
-Gina Balmesina Riera Sant Miquel, 29
-Les FillesCafè Minerva, 2
-Paral·lelo Sèneca, 28
-Rafaelli Luis Antúnez, 11
-Roig Robí Sèneca, 20
-SlowMov Luis Antúnez, 18
-Tangana Riera Sant Miquel, 19
La Vanguardia
Comer
12 febrero 2023
Cristina Jolonch
Foto Mané Espinosa